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Usurpación de Las Malvinas
El ataque de una corbeta norteamericana
En el año 1829, Luis Vernet fue nombrado gobernador de las islas Malvinas, a fin de que organizase une población. En 1831 apresó tres goletas norteamericanas que se dedicaban a la caza clandestina de lobos marinos.
El incidente dio origen a una serie de tramitaciones diplomáticas ; sin embargo, cuando éstas se realizaban, la corbeta norteamericana Lexington, a las órdenes del comandante Duncan, se dirigió a las Malvinas y, luego de desembarcar en puerto Soledad con sus efectivos, destruyó las instalaciones argentinas en un acto de clásica piratería (31 de diciembre).
El atropello produjo indignación en Buenos Aires. Por intermedio de su ministro Manuel José García, Rosas exigió directamente al gobierno de Estados Unidos una reparación formal por los daños causados, mientras el encargado de nogocios de ese país en Buenos Aires pedía sus pasaportes. La satisfacción exigida no obtuvo una respuesta concreta.
Inglaterra se apodera por la fuerza
En esas circunstancias, Inglaterra sostuvo que las Malvinas le pertenecían y de inmediato envío desde el Brasil a la corbeta Clío, al mando del capitán Onslow, quien desembarcó con sus efectivos en puerto Soledad, el 2 de enero de 1833.
Anclada en esas aguas se encontraba la goleta argentina “Sarandí”, cuya escasa tripulación, a las órdenes del comandante José María Pineda, no pudo ofrecer resistencia a los intrusos. Estos arriaron el pabellón nacional y en su lugar elevaron la bandera inglesa, que flamea hasta el presente en las Malvinas.
El gobernador Ramón Balcarce, por intermedio del doctor Maza ministro de Relaciones Exteriores pidió explicaciones al encargado de negocios de aquella nación agresora en Buenos Aires. Por su parte, el doctor Manuel Moreno, representante argentino en Londres, elevó enérgicas reclamaciones ante el gabinete inglés.
Rosas insistió por intermedio de negociaciones diplomáticas y después de su caída los gobiernos posteriores continuaron reclamando sin obtener la devolución de las islas Malvinas. En el mismo Parlamento británico, el diputado Malesworth dijo en julio de 1848, refiriéndose a los gastos que ocasionaban dichas islas : « Decididamente soy del parecer que esta inútil posesión se devuelva desde luego al gobierno de Buenos Aires que justamente la reclama. »
El derecho argentino sobre las islas es permanente, pues ellas integran una prolongación de la plataforma continental patagónica y nuestro país ha heredado de España los justos títulos de posesión que defiende y sobre los cuales no hay ni puede haber ninguna duda.
Historia argentina, José C. Ibañez (pag. 378), Ed. Troquel, Argentina (26/01/1967
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Carta del Che Guevara a Ernesto Sábato - 1960
A pocos meses de instaurada la Revolución Cubana, Ernesto Sábato intentaba equipararla con la llamada "Revolución Libertadora" que en 1955 derrocó al gobierno de Juan Perón elegido democráticamente en nuestro país. El Che le respondió con estas líneas.
12 de Abril de 1960
Sr. Ernesto Sábato Santos Lugares Argentina.
Estimado compatriota:
Hace ya quizás unos quince años, cuando conocí a un hijo suyo, que ya debe estar cerca de los veinte, y a su mujer, por aquel lugar creo que llamado "Cabalando", en Carlos Paz, y después, cuando leí su libro Uno y el universo, que me fascinó, no pensaba que fuera Ud. -poseedor de lo que para mí era lo más sagrado del mundo, el título de escritor- quien me pidiera con el andar del tiempo una definición, una tarea de reencuentro, como Ud. llama, en base de una autoridad abonada por algunos hechos y muchos fenómenos subjetivos.
Fijaba estos relatos preliminares solamente para recordarle que pertenezco, a pesar de todo, a la tierra donde nací y que aún soy capaz de sentir profundamente todas sus alegrías, todas sus desesperanzas y también sus decepciones.
Sería difícil explicarle por qué "esto" no es Revolución Libertadora; quizás tendría que decirle que le vi las comillas a las palabras que Ud. denuncia en los mismos días de iniciarse, y yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que había acontecido en una Guatemala que acaba de abandonar, vencido y casi decepcionado. Y, como yo, éramos todos los que tuvimos participación primera en esta aventura extraña y los que fuimos profundizando nuestro sentido revolucionario en contacto con las masas campesinas, en una honda interrelación, durante dos años de luchas crueles y de trabajos realmente grandes.
No podíamos ser "libertadora" porque no éramos parte de un ejército plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en armas para destruir al viejo; y no podíamos ser "libertadora" porque nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre de cerca latifundiaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia de nuestro INRA. No podíamos ser "libertadora" porque nuestras sirvienticas lloraron de alegría el día que Batista se fue y entramos en La Habana y hoy continúan dando datos de todas las manifestaciones y todas las ingenuas conspiraciones de la gente "Country Club" que es la misma gente "Country Club" que Ud. conociera allá y que fueran a veces sus compañeros de odio contra el peronismo.
Aquí la forma de sumisión de la intelectualidad tomó un aspecto mucho menos sutil que en la Argentina. Aquí la intelectualidad era esclava a secas, no disfrazada de indiferente, como allá, y mucho menos disfrazada de inteligente; era una esclavitud sencilla puesta al servicio de una causa de oprobio, sin complicaciones; vociferaban, simplemente. Pero todo esto es nada más que literatura. Remitirlo a Ud., como lo hiciera Ud. conmigo, a un libro sobre la ideología cubana, es remitirlo a un plazo de un año adelante; hoy puedo mostrar apenas, como un intento de teorización de esta Revolución, primer intento serio, quizás, pero sumamente práctico, como son todas nuestras cosas de empíricos inveterados, este libro sobre la Guerra de Guerrillas. Es casi como un exponente pueril de que sé colocar una palabra detrás de otra; no tiene la pretensión de explicar las grandes cosas que a Ud. inquietan y quizás tampoco pudiera explicarlas ese segundo libro que pienso publicar, si las circunstancias nacionales e internacionales no me obligan nuevamente a empuñar un fusil (tarea que desdeño como gobernante pero que me entusiasma como hombre gozoso de la aventura). Anticipándole aquello que puede venir o no (el libro), puedo decirle, tratando de sintetizar, que esta Revolución es la más genuina creación de la improvisación.
En la Sierra Maestra, un dirigente comunista que nos visitara, admirado de tanta improvisación y de cómo se ajustaban todos los resortes que funcionaban por su cuenta a una organización central, decía que era el caos más perfectamente organizado del universo. Y esta Revolución es así porque caminó mucho más rápido que su ideología anterior. Al fin y al cabo Fidel Castro era un aspirante a diputado por un partido burgués, tan burgués y tan respetable como podía ser el partido radical en la Argentina; que seguía las huellas de un líder desaparecido, Eduardo Chivás, de unas características que pudiéramos hallar parecidas a las del mismo Yrigoyen; y nosotros, que lo seguíamos, éramos un grupo de hombres con poca preparación política, solamente una carga de buena voluntad y una ingénita honradez. Así vinimos gritando: "en el año 56 seremos héroes o mártires". Un poco antes habíamos gritado o, mejor dicho, había gritado Fidel: "vergüenza contra dinero". Sintetizábamos en frases simples nuestra actitud simple también.
La guerra nos revolucionó. No hay experiencia más profunda para un revolucionario que el acto de la guerra; no el hecho aislado de matar, ni el de portar un fusil o el de establecer una lucha de tal o cual tipo, es el total del hecho guerrero, el saber que hombre armado vale como unidad combatiente, y vale igual que cualquier hombre armado, y puede ya no temerle a otros hombres armados. Ir explicando nosotros, los dirigentes, a los campesinos indefensos cómo podían tomar un fusil y demostrarle a esos soldados que un campesino armado valía tanto como el mejor de ellos, e ir aprendiendo cómo la fuerza de uno no vale nada si no está rodeada de la fuerza de todos; e ir aprendiendo, asimismo, cómo las consignas revolucionarias tienen que responder a palpitantes anhelos del pueblo; e ir aprendiendo a conocer del pueblo sus anhelos más hondos y convertirlos en banderas de agitación política. Eso lo fuimos haciendo todos nosotros y comprendimos que el ansia del campesino por la tierra era el más fuerte estímulo de la lucha que se podría encontrar en Cuba. Fidel entendió muchas cosas más; se desarrolló como el extraordinario conductor de hombres que es hoy y como el gigantesco poder aglutinante de nuestro pueblo. Porque Fidel, por sobre todas las cosas, es el aglutinante por excelencia, el conductor indiscutido que suprime todas las divergencias y destruye con su desaprobación. Utilizado muchas veces, desafiado otras, por dinero o ambición, es temido siempre por sus adversarios. Así nació esta Revolución, así se fueron creando sus consignas y así se fue, poco a poco, teorizando sobre hechos para crear una ideología que venía a la zaga de los acontecimientos. Cuando nosotros lanzamos nuestra Ley de Reforma Agraria en la Sierra Maestra, ya hacía tiempo se habían hecho repartos de tierra en el mismo lugar. Después de comprender en la práctica una serie de factores, expusimos nuestra primera tímida ley, que no se aventuraba con lo más fundamental como era la supresión de los latifundistas.
Nosotros no fuimos demasiado malos para la prensa continental por dos causas: la primera, porque Fidel Castro es un extraordinario político que no mostró sus intenciones más allá de ciertos límites y supo conquistarse la admiración de reporteros de grandes empresas que simpatizaban con él y utilizan el camino fácil en la crónica de tipo sensacional; la otra, simplemente porque los norteamericanos que son los grandes constructores de tests y de raseros para medirlo todo, aplicaron uno de sus raseros, sacaron su puntuación y lo encasillaron.
Según sus hojas de testificación donde decía: "nacionalizaremos los servicios públicos", debía leerse: "evitaremos que eso suceda si recibimos un razonable apoyo"; donde decía: "liquidaremos el latifundio" debía leerse: "utilizaremos el latifundio como una buena base para sacar dinero para nuestra campaña política, o para nuestro bolsillo personal", y así sucesivamente. Nunca les pasó por la cabeza que lo que Fidel Castro y nuestro Movimiento dijeran tan ingenua y drásticamente fuera la verdad de lo que pensábamos hacer; constituimos para ellos la gran estafa de este medio siglo, dijimos la verdad aparentando tergiversarla. Eisenhower dice que traicionamos nuestros principios, es parte de la verdad; traicionamos la imagen que ellos se hicieron de nosotros, como en el cuento del pastorcito mentiroso, pero al revés, tampoco se nos creyó. Así estamos ahora hablando un lenguaje que es también nuevo, porque seguimos caminando mucho más rápido que lo que podemos pensar y estructurar nuestro pensamiento, estamos en un movimiento continuo y la teoría va caminando muy lentamente, tan lentamente, que después de escribir en los poquísimos este manual que aquí le envío, encontré que para Cuba no sirve casi; para nuestro país, en cambio, puede servir; solamente que hay que usarlo con inteligencia, sin apresuramiento ni embelecos. Por eso tengo miedo de tratar de describir la ideología del movimiento; cuando fuera a publicarla, todo el mundo pensaría que es una obra escrita muchos años antes.
Mientras se van agudizando las situaciones externas y la tensión internacional aumenta, nuestra Revolución, por necesidad de subsistencia, debe agudizarse y, cada vez que se agudiza la Revolución, aumenta la tensión y debe agudizarse una vez más ésta, es un círculo vicioso que parece indicado a ir estrechándose y estrechándose cada vez más hasta romperse; veremos entonces cómo salimos del atolladero. Lo que sí puedo asegurarle es que este pueblo es fuerte, porque ha luchado y ha vencido y sabe el valor de la victoria; conoce el sabor de las balas y de las bombas y también el sabor de la opresión. Sabrá luchar con una entereza ejemplar. Al mismo tiempo le aseguro que en aquel momento, a pesar de que ahora hago algún tímido intento en tal sentido, habremos teorizado muy poco y los acontecimientos deberemos resolverlos con la agilidad que la vida guerrillera nos ha dado. Sé que ese día su arma de intelectual honrado disparará hacia donde está el enemigo, nuestro enemigo, y que podemos tenerlo allá, presente y luchando con nosotros. Esta carta ha sido un poco larga y no está exenta de esa pequeña cantidad de pose que a la gente tan sencilla como nosotros le impone, sin embargo, el tratar de demostrar ante un pensador que somos también eso que no somos: pensadores. De todas maneras, estoy a su disposición.
Cordialmente,
Ernesto Che Guevara.
Fuente: Centro de Estudios Che Guevara
A los Gobiernos de las Repúblicas de Colombia, Méjico, Rió de la Plata, Chile y Guatemala
Lima, 7 de diciembre de 1824
Grande y buen amigo,
Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamenal que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos.
Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al ejercicio de una autoridad sublime que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios, y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios, nombrados por cada una de nuestras repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español.
Profundamente penetrado de estas ideas, invité en 1822, come presidente de la república de Colombia, a los gobiernos de Méjico, Perú, Chile y Buenos Aires, para que formásemos una confederación, y reuniésemos, en el Istmo de Panamá, u otro punto elegible a pluralidad, una asemblea de plenipotenciarios de cada estados « que nos sirviese de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias ».
El gobierno del Perú celebró en 6 de julio de aquel año un tratado de alianza y confederación con el plenipotenciario de Colombia ; y por él quedaron ambas partes comprometidas a interponer sus buenos oficios con los gobiernos de América, antes española, para que, entrando todos en el mismo pacto, se verificase la reunión de la asemblea general de los confederados. Igual tratado concluyó en Méjico, a 3 de octubre de 1823, el enviado extraordinario de Colombia a aquel estado, y hay fuertes razones para esperar que los otros gobiernos se someterán al consejo de sus más altos intereses.
Diferir más tiempo la asamblea general de los plenipotenciarios de las repúblicas que de hecho están ya confederadas, hasta que se verifique la accesión de las demás, sería privarnos de las ventajas que produciría aquella asamblea desde su instalación. Estas ventajas se aumentan prodigiosamente, si se contempla el cuadro que nos ofrece el mundo político y, muy particularmente, el continente europeo.
La reunión de los plenipotenciarios de Méjico, Colombia y el Perú se retardaría indefinidamente, si no se promoviese por una de las mismas partes contratantes ; a menos que se aguardase el resultado de una nueva y especial convención sobre el tiempo y lugar relativos a este grande objeto. Al considerar las dificultades y retardos por la distancia que nos separa, unidos a otros motivos solemnes que emanan del interés general, me determino a dar este paso con la mira de promover la reunión immediata de nuestros plenipotenciarios, mientras los demás gobiernos celebran los preliminares, que existen y entre nosotros, sobre el nombramiento e incorporación de sus representantes.
Con respecto al tiempo de la instalación de la asamblea, me atrevo a pensar que ninguna dificultad puede oponerce a su realización, en el término de seis meses, aun contando desde el día de la fecha ; y también me atrevo a lisonjearme de que el ardiente deseo que anima a todos los americanos de exaltar el poder del mundo de Colón, disminuirá las dificultades y demoras que exigen los preparativos ministeriales, y la distancia que media entre las capitales de cada estado y el punto central de reunión.
Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado como está en el centro del globo, viendo por una parte el Asia, y por la otra el Africa y la Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el gobierno de Colombia, para este fin, en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia de las extremidades ; y, por esta causa podría ser el lugar provisorio de la primera asamblea de los confederados.
Defiriendo, por mi parte, a estas consideraciones, me siento con una gran propensión a mandar a Panamá los diputados de esta república, apenas tenga el honor de recibir la ansiada respuesta de esta circular. Nada ciertamente podrá llenar tanto los ardientes votos de mi corazón, como la conformidad que espero de los gobiernos confederados a realizar este augusto acto de la América.
Si V. E. ne se digna adherirse a él, preveo retardos y perjuicios inmensos, a tiempo que el movimiento del mundo lo acelera todo, pudiendo también acelerarlo en nuestro daño.
Tenidas las primeras conferencias entre los plenipotenciarios, la residencia de las asamblea, como sus atribuciones, pueden determinarse de un modo solemne por la pluralidad ; y entonces todo se habrá alcanzado.
El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de América una época immortal. Cuando, después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respecto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. ?Qué será entonces del Istmo de Corinto comparado con el de Panamá ?
Vuestro grande y buen amigo.
Simón Bolívar
Escritos politicos
Colonización y dominación Europeas
El 12 de octubre, el ejército español, que contaba poco más ó menos la misma fuerza, llegó á los altos de Taquiri que dominan la pampa de Ayouma, y desde allí divisó al de Belgrano, posesionado de unas lomas y al parecer dispuesto á aceptar la batalla. El 13 se pasó en mutuos reconocimientos y disposiciones para acordar el plan de ésta, y el 14, poco después de las diez de la mañana, comenzó un terrible cañoneo por ambas partes. Merced á une hábil maniobra de Pezuela, la derecha de los argentinos quedó cogida entre dos fuegos, y aunque resistió algún tiempo con denuedo, declaróse al fin en desordenada fuga, arrastrando tras sí al centro, con lo cual inicióse la dispersión general á las tres horas de rudo combate. Tan seria fué la derrota que, según asegura Mitre, retirado Belgrano en una loma á media legua del lugar de la lucha, sólo pudo reunir unos cuatrocientos hombres de infantería y come ochenta de caballería. Todos los demás se había dispersado ó quedaba en el campo de batalla : artillería, bagajes, parque, más de quinientos prisioneros, entre ellos gran número de oficiales, cerca de doscientos heridos que cayeron en poder de los españoles y otros tantos muertos. Las bajas del ejército de Pezuela fueron también de consideración, pues ascendieron á unos doscientos muertos y trescientos heridos.
Belgrano llegó en su retirada hasta Potosí, donde pensó fortificarse; pero desistió de ello, porque Pezuela, más activo esta vez, supo aprovecharse mejor de la victoria y mandó ocupar con quinientos hombres la ciudad de Chuquisaca, dirigiendo una columna de ochocientos sobre aquella ciudad y siguiendo en su apoyo con el resto del ejército. Belgrano salió de Potosí, y de etapa en etapa se replegó à Jujui, à Salta, donde se le incorporó el regimiento de granaderos de á caballo, que mandados por San Martin le enviaba el gobierno, y por fin à Tucumán. A mediados de enero recibió en esta ciudad un oficio mandándole entregar el mando del ejército al coronel San Martin y ocupar de nuevo su puesto como coronel del regimiento núm. 1. Los desastres de Vilcapugio y de Ayouma habían amortiguado el brillo de las victorias de Tucumán y Salta, y Belgrano perdió ante la opinión de sus compatriotas el prestigio que como general había adquirido à raiz de estos triunfos, aunque sin que se menoscabara su crédito de hombre honrado y excellente patriota.
El triunfante avance del general español Pezuela por las provincias del Río de la Plata tropezó con serios obstáculos por las dificultades que le opusieron la numerosas guerrillas organizadas y dirigidas por D. Martin de Güemes, y quedó paralizado poco después por la noticia de la rendición de Montevideo.
Dejamos dicho que un enviado del triunvirato, D. Manuel Sarratea, había puesto sitio á esta ciudad al frente de un ejército argentino que dirigido por el coronel Rondeau había ganado sobre los españoles la batalla del Cerrito. Enemistades surgidas entre Sarratea y Artigas, jefe uruguayo que contaba con un crecido contingente de gauchos y que por efecto de dichas enemistades interceptaba las comunicaciones de los argentinos con Buenos Aires, produjeron un motín militar, á consecuencia del cual sus proprias tropas expulsaron al enviado del govierno y confiaron el mando á Rondeau. Artigas depuso su actitud, y entonces el nuevo jefe pudo apretar el cerco de Montevideo, obteniendo al efecto algunos auxilios de la capital; mas á pesar de éstos, como las fortificaciones de la plaza exigían elementos más poderosos para batirlas, no pudo lograr su rendición, tanto menos cuanto que la regencia española, no obstante la guerra que sostenía con las tropas de Napoleón, envió en agosto y septiembre de 1813 un cuerpo de dos mil hombres para auxiliar á los defensores de Montevideo.
En cambio el gobierno argentino daba por entonces más importancia á las operaciones del ejército del Alto Perú y á los trabajos de organización interior, especialmente á los que tenían por objeto reunir dinero y arbitrar recursos de todas clases para sostener la lucha. Una de las medidas que tomó para reforzar las huestes revolucionarias fué la de pagar el rescate de esclavos para organizar con ellos nuevos batallones. Pero cuando se recibieron en Buenos Aires las noticias de las derrotas de Vilcapugio y Ayouma, comprendióse que los peligros de la situación exigían una medida suprema, y al comenzar el año 1814 la Asamblea constituyente sancionó una innovación trascendental : tal fué la concentración del poder ejecutivo en una sola mano. El mismo triunvirato, compuesto de Rodriguez Peña, Larrea y Posadas, se dirigió á la Asamblea resolvió que el poder ejecutivo se concentrara en una sola persona, reformando en consecuencia el estatuto vigente y disponiendo que se asociara al gobierno un consejo de Estado, compuesto de nueve vocales. Procedióse en seguida al nombramiento de la persona que debía ejercer el poder, y por unanimidad fué elegido don Gervasio Antonio Posadas con el título de Director Supremo de las Provincias Unidas.
José Coroleu en « América, Historia de su colonización, dominación é independencia », tomo tercero, Barcelona, Montaner y Simón, Editores, 1895
12 octobre 2010
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